Tomas surrealistas

Escena 1

Imagínate que vas en el autobús tan tranquilo y de golpe una mujer saca un hornillo, una sartén, huevos, sal, aceite y especias y, con toda la naturalidad del mundo, se pone a hacer una tortilla francesa. Así, tal como suena, como si fuese lo más normal del mundo.  Te preguntarás cómo se las ha ingeniado esa mujer para encender el hornillo de gas sin que nadie salga volando ni se entere el conductor, por supuesto. También te harás cruces de por qué nadie ha corrido a denunciarla para que se baje del autobús inmediatamente. Pero, sobre todo, por increíble que te parezca, te tomarás ese hecho tan extravagante como la cosa más corriente de este mundo loco. El caso es que esa tortilla tiene una pinta deliciosa, huele que alimenta y te ha dado hambre repentinamente. Estás deseando que la mujer del hornillo termine de cocinare porque ha prometido repartir su manjar entre todos los pasajeros. La tortilla ya está hecha cuando, sin previo aviso, se te vuelve el mundo negro y oyes una musiquita que no tiene nada que ver con el tráfico, ni con el autobús ni con nada. Te despiertas lentamente con el olor de una tortilla imaginaria que has estado soñando.

Escena 2

La situación es la siguiente: estás en la taquilla del Palau de la Música con toda la ilusión del mundo porque, por fin, vas a poder asistir a un concierto en acústico de tu cantante favorito, nada más y nada menos que Manolo García. Cuando es tu turno y preguntas el precio de la entrada pones cara de susto porque no te esperabas que fuera tan cara, pero no te importa lo más mínimo. Del bolsillo de tu chaqueta sacas un buen puñado de frutos secos (nueces, avellanas, pasas sultanas, kikos…) y se lo das a la mujer de la taquilla, que los cuenta como si fuesen monedas y te devuelve unos pocos junto con tu codiciada entrada. Así tal cual te lo estoy explicando. Entras al recinto, y para llegar a tu butaca no te queda más remedio que trepar por la barandilla, ya que tienes un asiento en un lugar raro de cojones al que solo se puede acceder haciendo rappel urbano. Llegas, te sientas y te preparas para disfrutar del concierto. Fundido en negro. Cuando vuelve la imagen, en vez de estar en un palco privilegiado, te hallas en las butacas de la zona baja al lado del pasillo, y un tipo que no sabes quién es va cantando algo caminando entre el público. Te lo quedas mirando con cara de asombro, pensando que tú deberías estar disfrutando de tu adorado Manolo, y le preguntas que qué ha pasado, que por qué no ha salido. El tipo en cuestión te habla pero no comprendes lo que te está diciendo. Se hace otro fundido en negro, y cuando abres los ojos te das cuenta de que estabas soñando y te ríes para tus adentros, alucinando de cómo tu mente ha hecho posible que se puedan pagar las entradas con frutos secos. Ese recuerdo te acompañará el resto de la semana.