Bestia y viento

Bestia, me llamabas. Y aunque al principio me lo tomé bastante mal, acabé por adorar ese nombre
que salía de tus labios.
Diosa del viento, te llamé desde la primera vez que te vi bailar, al aire libre, con tu melena larga
suelta dejando que el viento hiciera con ella caprichosos dibujos en el aire.
Éramos una extraña pareja, discordante, dispar, que llamaba la atención. Tú tan etérea, tan liviana
que una ventolera intensa hacía peligrar tu estabilidad al caminar; yo tan firme, tan robusto, tan
pétreo, como una mole, y para muchos, deforme.
Mientras tuvimos la oportunidad de podernos ver con frecuencia, no te declaré jamás mis
sentimientos. Me mostré agreste, salvaje, borde y malhumorado contra todo y contra todos. Y tú
siempre con una amable palabra en tus labios, jamás me echaste en cara tener tantos defectos como
tengo. Me pregunto cómo pudiste tolerar tenerme de amigo, si hasta contigo mostré lo muy
desagradable que puedo llegar a ser.
Y al final, la suerte se puso de tu lado, y te fuiste a triunfar, lejos de mi lado. Y aquí me quedé,
esperándote, por si algún día te acuerdas de esta bestia desagradecida que jamás fue lo bastante
valiente como para decir las dos palabras más sencillas y más complicadas de expresar: te quiero.
Han pasado unos pocos meses, seis o siete, y cada vez que el viento sopla con fuerza, lo cual aquí es
bastante a menudo, me trae tu recuerdo, ve en las ramas de los árboles recuerdos de tu pelo.
Pero, aunque sé dónde estás, sabes que soy un cobarde y no iré, por mucho que me digas que me
esperas.
De verdad lo soy?
No puedo seguir huyendo de ti, y de mí, de nosotros!
Diosa del viento, tú, la única que supiste ver tras esta fortaleza que me dieron por cuerpo lo humano
que hay en mí….
Por fin, tras luchar contra mí mismo arduamente, gana la batalla el amor que me redimió de
quedarme eternamente solo.
Vengo a ti, mi hermosa diosa, para afrontar lo que sea que nos traiga el destino.